yo, Diótima


 

 

La figura de Diótima de Mantinea

Diótima de Mantinea es una mujer sin patria, clandestina en su propia tierra. Una mujer que entra en escena en el mundo griego para dar a luz un cuerpo femenino bajo la máscara de un razonamiento filosófico sobre la belleza.
Diótima desarrolla sus dotes de adivina conferidos por la naturaleza y realiza el simulacro de toda la filosofía griega: habla por boca de Sócrates a expensas de perder el cuerpo. Su gesto entonces es doble: por un lado hace visible la invisibilidad femenina en el mundo griego; por el otro destruye la exclusividad masculina del discurso filosófico del maestro.
Situada entre los hombres y los dioses, Diótima se encuentra sola. Anónima, se halla donde no puede ser vista: en el centro de la ciudad. Huésped en tierra propia, huérfana y sin dios, Diótima está confinada al silencio, a la absoluta exclusión por ser mujer. Para alcanzar su autonomía deberá soportar con el cuerpo abierto el peso de las almas cayendo sobre sí y deberá, ante todo, enseñarle a amar a un filósofo.
Una mujer griega-bárbara que intenta salirse de los modelos femeninos de esclava, hetaira o esposa -y que intenta irrumpir en la política o la filosofía- no puede sino pensarse en los límites de lo concebido como mujer.  En el exilio, sin geografía ni historia individual, Diótima se convierte en profeta y es presentada como la sabia o la adivina.
La visión que desarrollará del amor en el diálogo, no es sino la traducción de su propia vida. Diótima al ser desterrada es una mujer capaz de sentir el dolor de los otros. Diosa de los muertos, acepta su destino… porque cuando el destino adviene, se torna descifrable para quien padece sus síntomas. Su poder de adivinación es entonces su responsabilidad. En la soledad donde el amor no ha tenido cabida y en el lugar donde la tierra se agrieta por falta de agua, es allí donde Diótima mora y da de beber a los hombres. Convertida en mujer-oasis en medio del desierto, conserva su sabiduría y (se) transmite.
Ella, como tantas otras mujeres a través de los siglos, ha sido condenada a ver su propio entierro. Su devenir mujer implica un recogimiento sobre sí misma. De este modo, Diótima enseña el camino del Eros gestando la idea de belleza en almas perdidas, mediante lo cual alcanza su inmortalidad y se da a luz a sí misma una y otra vez.
No sabe leer porque no es un hombre, pero sabe escuchar porque es una mujer. Decide entonces hacer filosofía con los oídos. Su actividad del pensar no es otra que su propia experiencia del vivir. En Grecia los hombres piensan y hablan; las mujeres viven y escuchan. Diótima no se contenta con la condena femenina a permanecer silenciada en un pequeño espacio doméstico y le roba la voz a Sócrates en el espacio público.
Hace de su memoria su ley y se nombra a sí misma fuente de verdad donde el agua no se agota.
El dolor de sentirse extranjera en tierra propia le da la certeza de saberse viva entre los muertos. El dolor de sentirse invisible entre los hombres le da la certeza de saberse muerta entre los vivos.
Sin lugar a dudas para hablar de un Eros demónico, Platón necesitó de una mujer demónica. Diótima, mezcla de cuerpo femenino y alma masculina, es una mujer que vive sola sin espacio en el tiempo. Y una mujer que vive sola SIN espacio EN el tiempo es siempre un daimon (genio).
Enseñar que la finalidad de la experiencia de estar junto a (entre) muchos cuerpos bellos es buscar la belleza en sí, no puede sino venir de manos de un cuerpo femenino en contacto con el mundo. Diótima nos revela que no hay amor sin cuerpo real, cuerpo en con-tacto con el dolor, con el sufrimiento, con las pasiones, con la muerte, cuerpo con sangre. Un cuerpo que se pudre, que tiene color, olor y sabor. Un cuerpo que no se relaciona directamente con el saber del conocimiento y la virtud, sino con el sentir de la experiencia de una vida encarnada.
El aporte femenino de Diótima al mundo griego es la donación amorosa que abre el camino hacia lo divino en la relación de los amantes. Hace de la transmisión del amor su propia potencia regeneradora de vida.
El cuerpo de la miseria de Diótima, cuerpo para siempre invisible para Grecia (¿Acaso puede dudar un platónico que existe lo que no se ve?) fue fuente de creatividad y sabiduría. Lejos de ser la cárcel del alma, su cuerpo fue para ella espacio de experiencia: lugar privilegiado de intercambio entre lo humano y lo divino.
La noción de extranjera y mujer, le permitió a Diótima estar en contacto con lo más profundamente humano, ahí donde cuerpo y alma se fusionan, donde real e ideal se tocan. Diótima no buscaba un lugar en la polis, sino un encuentro con la physis en unión con el cosmos. ¿Quién sino una mujer podía transmitir éstas enseñanzas a Sócrates?
La filosofía de Diótima es de carácter maternal, de creación y autogestación de vida y obra en simultáneo. Deja demostrado en su relato que es, en tanto mujer, doble y reversible: fecunda en cuerpo y alma. Se sitúa en medio  (en medio de la polis, en medio de los hombres y los dioses, en medio de lo femenino y masculino) en medio de un cuerpo que lleva consigo un agujero, un hueco que debe ser llenado, y un oído. En su carácter de mujer receptiva puede ser alojada, habitada como receptáculo en su doble posibilidad: de ser llenada del semen que engendre hijos físicos y del mensaje divino que engendre almas bellas. Porque, ¿qué duda cabe que le es más fácil a un cuerpo abierto volver a un alma bella?
Diótima habita la tierra y es uno con el cosmos apelando a lo abierto (la grieta, el tajo). Al igual que el cosmos, lo femenino está en constante devenir y toda mujer escapa a ser atrapada en arquetipos. Frente a ello, el anonimato de Diótima es su mejor resistencia.

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