DEVOTA
Miro una y otra vez esta foto
que saqué apenas salí del templo
después de haber estado
10 días en silencio
ordenando los pensamientos
cómo si fueran remeras, pantalones, vestidos y medias
en un placard.
El placard era mi cabeza.
Encontré de todo: emociones de niña, preocupaciones del futuro
memorias del pasado,
y pensamientos sensuales sobre comida y sexo.
Las imágenes sexuales
representaban casi un 25% del tiempo
y me pareció un montón.
Sobre todo que se aparecieran así, de golpe
inesperadas
como a veces aparecen los pop-ups de vergas gigantes
en las plataformas de porno
o los culos tuerqueando
bien aceitados
haciendo con las nalgas
un movimiento de vuelo de mariposa
hipnótico
que dificulta
encontrar la cruz,
para cerrar la publicidad y volver al presente.
También observé imágenes ligadas al confort
y deseos de viajes y otras cosas random.
Por ejemplo vi que pensé todos los días
en la muerte de alguien querido
sin ninguna razón específica.
Esa foto
la saqué en un lugar de comida al paso
-en frente de la estación de tren de Chiang Mai, al norte de Tailandia-
para mostrarte que portaba en mí,
nuestro símbolo: en unión y libertad.
La saqué hace tres meses.
Tres meses fue lo que tardé
en cambiar por completo
lo que hoy siento adentro, cuando la veo.
Siento que pasaron tres siglos,
pero pasaron tres meses.
La pulsera roja (contra la envidia)
que me obligó a comprar mi mamá
en Bali,
se me rompió. Y ahora la usa Ganesha en la cabeza.
Nuestro anillo de compromiso ya no está en mi anular
pero los nudos permanecen
alrededor de mi cuello
y mi altar está repleto de apoyos amorosos para sostenerme
porque en el fondo siento
que me estoy ahogando
y me provoca placer
imaginarme atada.
El bronceado de mi piel en la foto
lo perdí en el último, invierno argentino.
Los trapos que vestía y los colores
no sé dónde quedaron.
¡Ah! ya me acordé:
Todos esos colores
que portaba como capas mágicas en la foto
están guardados en la mochila con la que inicié mi primer viaje "sola"
hace 25 años.
En este último viaje
esa mochila
decidí dejarla en Bangkok, como ceremonia de cierre,
antes de volver Berlin, para volver a Argentina.
Antes de voler a volver
dejé la mochila en Bangkok,
como ceremonia de cierre.
Ese gesto hoy, cobró otro sentido.
Pude volar.
Volé mucho. Volé por todos lados.
Volé lejos y alto.
Volé sola y ligera,
Volé bella y fuerte.
Volé fiel.
Atada al falo de la existencia.
Rendida a tus pies
arrodillada
con la frente en el suelo
postrada ante su presencia
con las manos unidas
en mi pecho
haciendo de nuestra unión
un lugar sagrado.
Horas de vuelo y horas de suelo
preparatorias
para volver a vos.
Volví a buscarte, pero había muerto en mí
esa mujer que cargaba con el peso pesado:
la "personalidad con tendencia salvacionista"
y la “cachorra”.
Había escuchado el llamado: “usted ha madurado, mujer.
Usted es fruta madura sabrosa, vulva de frutillas con crema.
Los dioses esperan por lamerla”.
Cuando volví a Berlin y te vi y te escuché
supe que la pregunta no era a dónde quería ir
sino
¿a dónde iba llevarme esta vez para perderme?
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La transformación es un proceso inevitable en transición.
Puede sentirse incómodo. Pero también puede sentirse agradecimiento por sentir.
No tiene por qué ser dramático, violento, doloroso o triste.
En mi caso, al finalizar la primera batalla,
te perdí a vos como compañero.
Y con vos perdí, el interés en la lucha.
Porque si amar no se siente rico,
no hay que seguir bebiendo la leche ni entregando la miel.
Distancia de rescate: la retirada.
¿Gané la pérdida?
¿Cómo puede sostenerse el amor en el tiempo?
Hoy se siente deshonesto y se siente fallido.
Pero no fracaso. Muerte se siente mejor.
Compartimos el campo de batalla,
pero luchamos como desconocidos, cada quien enfrentando,
sus propios enemigos íntimos.
Tu escena mental cobró más vida que nuestros proyectos.
Amar a la Luna, a Gaia, a Argentina.
¿Cómo es amar a alguien así,
con quien no componés olor, ni color ni textura ni cuerpo a diario, ni siquiera futuro?
Amar así a una mujer frente a otra mujer
devota.
¿Es malicia, malignididad o maldad?
¿Es obediencia, lealtad patriarcal inconciente? ¿Es servicio, es adicción, es ironía?
Es pura verdad enceguecedora.
Esa mañana
no había luz
en tu mirada.
Te habían cortado todas las cadenas,
estabas sin tus espadas
y dominado por la posición de tu enemigo.
Lo único que portabas era tu escudo: una malla metálica que habías desarrollado
durante los ultimos tres meses,
alrededor de tu pecho y
bajo la planta de tus pies
-completamente estressados por haber dado tantos pasos en falso-
un dolor viejo y profundo, te sostenía.
Dormido, intoxicado, desconectado, mentálico.
Descontento.
Pronunciaste “endura” dos veces ese día, como un recordatorio.
Y así empezaste con tu cuento de Raquel.
Había una vez, otra vez más.
¿Quién, desvalido de integridad, se anima a tomar el arco
y arrojar la flecha que marcará su destino, sin respeto y sin preparación?
Ella intentó cuidarte. Siempre lo intenta. Y vos solo, te lastimás.
Te perjudicás. El amor mágico no existe para vos.
Habia una vez: tu narcisismo queriendo ser tratado como un niño impune que ya no sos, puesto en el lugar, de imaginario cósmico. De “especial”, de “diferente”, de “único y raro”, de “imposible”, de “plan b permanente”
En esa torre de paja mental, nunca podrás encontrar, guerrero, tu flecha. Y menos aún,
lanzarte certero.
Cuando intentaste cortarme las alas ya era tarde
me había autopercibido dragón
y el hogar estaba en llamas.
Había prendido fuego todo.
Pasé de Reina a Diosa, en dos segundos.
Y vos fuiste
el único testigo
de mi transformación.
¿Ardía tu cuerpo desde el periné hasta la hipófisis?
¿Había más-turbación mental o era eso, sentir amor para vos?
¿Qué había en su cuerpo, en sus manos, en su mirada, entre sus piernas?
¿Cuál fue el compromiso que tomaste con ella y cuál fue el intercambio de votos?
¿Por qué no es real la unión? ¿Repetición o diferencia?
¿Lugar del trauma personal, ahí donde los tres nos quedamos vacíos? ¿O los cuatro?
Ahí donde el miedo
se repite en dolor a lastimar y ser lastimado.
El loop, la rumia.
Ahí donde se confirma la imposibilidad de crecer. Ahí te nombrás poliamoroso.
Ahí donde todo vuelve a empezar, una y otra vez, pero no desde cero.
¿Intoxicación o evolución?
La respuesta no responde a la pregunta.
Se que no es personal.
No “me” hiciste nada. Hiciste. Y yo hice a partir de eso.
El contrato,
Lo sostuve
Lo pedí
Lo ceremonié
Lo pacté
Lo puse en acto, contigo y sin ti,
hasta el último momento.
Logré con el cuerpo que te fuera orgánico amarme.
Desearme
por completo.
Querer pasar los días
y penetrarme suave o fuertemente cada noche.
Estuve a tus pies,
permanecí abierta y atenta, a tu servicio.
Querías volver a dormir conmigo,
elegir el fuego entre tus piernas y yo dormida entre tus brazos
sobre tu pecho.
Querías poder.
Elogio del riesgo y
a riesgo de amar.
A veces solo queremos querer,
no queremos que se cumpla.
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