De palos verticales y charcos de agua horizontal

Se va levantando la barrera. De a poco va desapareciendo -él- me. Porque se levanta sola, se levanta, ella, no a mí. No es mía. Es barrera que se levanta sola. Y está ahí, levantándose. Yo acá, pasándome. Para el otro lado. El tren está en funcionamiento. Se escucha, se huele, no se ve. Viene o va. Sigue. Ni empieza cuando me subo ni termina cuando me bajo. Sigue. Anda solo, como se levanta sola la barrera. Yo vida en el medio recorrido en movimiento pasando para el otro lado que viene y va.



Foto: Bárbara Lago http://www.flickr.com/photos/lacazadefantasmas
Me licúo cuando se levanta la barrera. Ella sube, yo paso. Ella su vida, yo pasada. Paso sin forma. Paso por el espacio que ella tarda en levantarse. Me des-contengo. Levanta espacio y paso tiempo. Me voy. De paso y me derramo. Líquido en los agujeros que nunca están vacíos porque se vacían y los ocupo. Apenas. Barrera vacío. Se levanta, me licúo. Paso, ocupo. Agujero derrame. Hay movimiento de fronteras. Me des-coloco por fuera. No tengo eje. Antes era un palo vertical, hoy solo un charco horizontal. Antes me miraban inclinando la cabeza hacia arriba, hoy me pisan la cabeza y me separan. Los rodeo. Me vuelvo maleable, líquida como un charco. Y sola rodeada de extraños iguales, esperando que alguien nos aplaste la cabeza y nos separe para juntarnos inesperadamente las partes. Que vengan niños a chapotear y nos zapateen y volemos por los aires desintegrados y caigamos en el suelo formando figuras de agua separada. Que así derribemos los palos. Que pudramos desde abajo sus cimientos. Que caigan derretidos hacia abajo y que contaminen ellos también los charcos. Que se agachen todos. Que no se arrodillen, que se licúen. 


Descompongo formas de pensamiento impensadas por lo humano que hay en mí. Devengo nada de mí al encontrarme. Callo cuando estoy hablando y digo cuando me trabo. Pequeñas contradicciones (no de parto, no propio, no de músculo, no de luz) muestran que siento. Que algo molesta. Como la herida o la piedrita en el zapato que me lastimó cuando iba a subir al tren. Me penetró por el zapato, me atravesó el talón y se quedó ahí. Clavada adentro no la encarné. Se me metió. Me separó el pisar del talón, como antes me separaba la cabeza el zapato de aquel niño. Y ya no me duele. Puedo caminar con pedacito de piedrita en el talón adentro de la carne recubierta por zapato. Cambié el estilo del camino. Me agujereó el mundo los pies y salí a extenderme sin miedo. Me travestí de agua y ahora corro, no camino. Vestida de herida, fluyo como un charco con piedrita que se choca con los palos verticales y sigue como el tren que va o viene porque la barrera se levanta sola.  


Florencia Carbajal

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