Trato D


Marina Mangieri http://www.flickr.com/photos/mesuenolosdedos


Me aventuro en decirte eso que ni yo puedo pensar, claramente. Trato de explicarte algo del cuerpo mío, algo que me pasa bien adentro pero que lo veo salir para afuera. Que sale al exterior o que simplemente sale. Intento hablarte sobre algo tiene que ver con un vuelo. Sí, con un vuelo. Si puedo pensarlo así me acerco un poco más a la cosa. Algo del orden del aire es. Y no estoy tan segura porque no es aire solo, pero por ahí puedo empezar a decirte algo: creo que llevo aire en el cuerpo. No aire vacío, nunca algo así como un soplo de alma. Algo más bien difícil de señalar: algo como si te dijera que llevo distancia [y no vacío] en mi organismo.

Trato de explicarte algo que me avergüenza sentir, por eso quiero tomarme mi tiempo para hablarte. La vergüenza viene de una soberbia propia y una falsa confianza de vida de banalidad epocal. De mucho más. Por eso no puedo pensar en nadie más que en eso que quiero contarte, que me dí cuenta que necesito hacerlo. Por ejemplo, solo me sale decírtelo en ejemplo por ahora (y a algo así me refería cuando te dije que se conoce cuando sale para afuera): cuando escribo la respiración se para. No hago yo. Se queda el aire adentro contenido y  no [me] sale respirar. No contengo la respiración, sino que el aire no sale y se queda trabado, queda retenido como haciendo barrera en forma de caja. Disociados él y el hacer de él un algo. Y quisiera que comprendieras la importancia de este ejemplo. Eso que te quiero explicar es justamente lo que no está cuando escribo. Y el querer capturarlo para mostrártelo es literalmente imposible. Quiero que brote lo que no puede aflorar. A eso llamo tener un techo.

No quisiera de irme de tema porque creo que encontré, quizás, algo que merece la pena ser dicho. Y a una pena de muerte me refiero:  merece morir una especie de actuar que él tiene sobre mí. Morir para darme otra vida. Esa opresión de la que te hablo, [que se contiene el aire cuando escribo] es, creo, la resistencia que se impone al saber que se acerca un momento de muerte fatal. ¿Se nota que mantenerme aquí es un gran esfuerzo, un gran agobio, un ahogo musical, de baile de lucha, de tregua, de conversación? Aquí en estado de esfuerzo estoy toda. Te había dicho algo a cerca de un vuelo. No es exactamente un vuelo lo que quise decir. Pero es algo que no está relacionado conmigo. Para que siga esta experiencia de ensayar sobre un adentro de aire que hay en mí, necesito tomar valor y hacerme cargo de eso de lo que justamente quiero explicarte qué siento. No es algo mío. ¿Quién pudiera poseer un vuelo, sino simplemente acoplarse al movimiento del aire y acompañar su danza? A eso me refiero. No es un movimiento mío, pero de algún modo -que quisiera también poder decir algo después sobre ese modo- me pasa. Esto de lo que te voy a hablar es algo que me pasa a mí. 

Siento una especie de necesidad de hacer de lo que no puedo decir una danza. Eso que rodeo sin cesar no es más que una necesidad universal de convertirme en danza de alimento. Una gota de carne embarazada de viento soltada a la tierra que ilumina y alimenta un mundo exterior. Lo que digo trato de decirlo simplemente. Se oscurece porque esa necesidad o esas ansias que son solo ganas -a tal punto que quien quiera puede llamarla capricho- son de un deseo completamente inhumano. Y que allí, justamente en mi capricho, encontré algo así como el  llamado "mi vuelo de humanidad". Se me resiste tanto el decir ha ser dicho que la respiración no me acompaña cuando escribo. Se me corta y yo quedo puente pasaje. 

Adentré tan finamente en el tejido de mi miedo interior que ahora puedo decirte que eso de lo que se trata en realidad el vuelo, es de un embarazo ajeno que llevo dentro de mí. De la vida de carne infinita sostengo solo una gota de aire y me siento bien con ello. No creo ser un torrente de esa voz, sino solo una gotita de aire impuro de carne. A eso creo referirme cuando digo que siento. Que suena como una voz a lo lejos, porque ese aire carnívoro se me mueve adentro y hace ruido y sale voz. Porque como quería explicarte, la voz que me escribe está formada de esa materia que nada tiene que ver conmigo. Y el ahogo es un riesgo tan minúsculo y personal, que me avergüenza tener esa molestia en la primer vida de la que tengo un recuerdo. Yo como esa danza de distancia entre el mundo y yo, como expresión en grito de carne del mundo – eso es algo parecido a mi yo- debo hacer tajos [aún más] que distingan pedazos por separado que yo pueda rejuntar en rayitas y habitar el mundo sin perderme. Hacer paso. Y para pisar en continuado, no me puedo hacer cargo de lo que no sea de un tono de  sutilísimo movimiento. No puedo dejar que las epifanías indecibles me pesen al punto que el vuelo se vuelva un arrastre o un enrosque. ¿Te llega que no quiero poderes céntricos y agresivos que no comuniquen más que en la superficie estéril en la que habitamos? ¿Te llega el aliento que se sopla en tu oído? 
Me muevo y lamentaría que solo se percibiera de mi movimiento el pelo en movimiento rubio al aire tan desnudo como yo. Esa mirada toca la superficie de la infertilidad que habitamos. La infertilidad es como la piel de mi embarazo, es aquello de lo cual estoy escapando al escribirte. El vuelo agujerea la piel humana con un puño cerrado, extiende su mano, despliega sus dedos y aunque chorrea te acaricia suavemente la distancia. No dejes de escucharme, solo trataba de decirte que debo agujerar la superficie y adentrarme en voz. ¿Mi tarea es la de cubrir el alimento? ¿Mi tarea es la de invitarte a sostener el alimento entre tus cosas secas y conversar? ¿Debo confiar que la naturaleza alimenta todas las cosas vivas y que esta vida dentro de mí es de naturaleza inhumana? Mi agujero de vacío hacia afuera es de un aire poco puro y lleno de alimento. Por ahora solo eso puedo decirte. 

Decir T 

Marina Mangieri http://www.flickr.com/photos/mesuenolosdedos

Decirte es algo muy fuerte de sostener y tan pesado como decirte que lo es. Y yo ya no tengo escapatoria del decir a causa de esa distancia de la que te hablaba. ¿Quisiera no estar más que en mi escaparme? ¿Quisiera vivir tan solo al final de la escapada? A ese final lo llamo miedo: a una persecución infinita del decir, que algunos llaman “la locura”. La penuria de darte vueltas para contarte una historia es de una falta de experiencia que tengo. Espero algún día poder decirte de un modo directo, como cuando te conté que “de la vida de carne infinita sostengo solo una gota de aire y me siento bien con ello”. No tendría que escaparme si pensara que lo que digo es de una alegría inmensa y contagiosa en forma de estilo o de alimento.  Pero no lo es, es de un enrosque personal tan incomprensible, que sentirme bien con ello es solo el modo en como vivo mi escapada. 

Como decirte algo es muy difícil de sostener, debo recorrer primero, todos los recovecos y atajos que pudieran existir para decirte del modo más inmediato y alegre que encontrara. Pero me cuesta tanto aceptar dos cosas como tener que decirte y luego, decirte de un modo, que necesariamente el aire se entrecorta y nuevamente yo puente pasaje. Un ir y venir en vaivén que pasa por diferentes estados de la materia como el alimento. Revoltijo de tripas, entumecimiento orgánico, rigidez tubular, falta de oxígeno y formación de una materia carne que sube a mi cerebro en forma de aire. ¿Es el aire interior al cuerpo el alimento espiritual de la vida? Del espíritu no quisiera volver a  hablarte pero me gustaría por ahora poder seguir llamándolo de ese modo. Te dije ya del vaivén y de una primera materia de aire de carne. Sube, sube. Sube y entra en estado ideal, inexistible. Por dos instantes desaparece  la materia carne y no queda si quiera en estado aéreo. Se vuelve algo así como nada. Muere la materia y creo yo, que es allí cuando se corta la respiración de mí. De duda me nutre el cerebro una voz y vuelve en vaivén un impulso de movimiento a mis manos. Renace una y otra vez el revoltijo de tripas y sube en aire y baja en impulso de movimiento. A eso llamo un vaivén. 

Aunque creo que es demasiado explicar, demasiado detalle, demasiado decir lo que no se dice, tengo la necesidad de revelarte mis procesos para que puedas encontrar una razón cuando escape. Para que sepas que mis tiempos no se justifican y que la lucha que entablo es con el modo de mostrarte las cosas. Y si tuviera que organizar esta justificación como en un tribunal diría: es una lucha con vos, que sin lugar a dudas, solo se reduce a una lucha conmigo [con aquél aire poco puro y lleno de alimento y con un cierto agujero de distancia que me sale para afuera] Como si no tuviera más para decir que contarte sobre la enorme necesidad de que sepas que tengo alimento para dar. Y no dártelo. Y pasearme por delante de tus narices con las manos rebalsadas de carne cruda sangrando y vos me miraras de reojo con los labios agrietados y resecos, desnutrido, casi muerto de hambre.

Escribir es tener como una fuerte relación con cierto totalitarismo de la voz. Creer ingenuamente que algo de lo que a mi me pasa puede evitar una muerte por desnutrición no tiene sentido. Y esa falta de sentido es absoluta.

Correr C

Marina Mangieri http://www.flickr.com/photos/mesuenolosdedos


Escribir no es tomar la palabra y hacer algo con ella. No siento nada parecido a un acto de elección, nada como un té helado en mis labios, nada que me asimile a un ornamento. Escribir es más bien algo que tiene que ver con la violencia del no sentir. Es callarse la boca. Callarse bien la boca. Ser tomada de atrás por la cola del cabello y montada de golpe por una fuerza que te sacude en seco. De a tirones. A veces siento que escribo como corre una yegua salvaje por la tierra: con perseverancia. Y mis relinchos son juveniles e inexpertos: "en nuestro desierto de tierra seca hay hambre y ya no hay tiempo para enojarse". El totalitarismo del que te hablaba es justamente poder perder mi tiempo relinchando como una yegua. Mufo y rechino mis dientes de un modo tan irracional que el llamado de auxilio se torna inaudible. Yegua de fuerza brutal de perseverancia insoportable. ¿Comprendes tú mi relinchar? ¿Sientes que la tierra está seca y yo sufro como una yegua? 

Presiento una sensación de calma oceánica por venir. Algo así como cuando luego de un naufragio de tormenta eléctrica, despertás en la orilla con un destello de luz del alba en los ojos que te asegura un día más en la vida. Y todavía no morí en el intento de aventurarme en mi vuelo, y poco a poco voy sintiendo que pierdo el miedo a las alturas. Que este vuelo no es sólo de un sufrir el vértigo, sino que puede llegar a ser -y cuánto lo ansío- una danza o un decir sin violencia. Un ensayar pequeños movimientos que vayan lentamente, acercándome a la guarida donde encontraré algún fruto y tendré por fin, algo que decirte. Mi camino es el de encontrar el fruto como mi tarea es la de defender y repartir ese alimento.






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