hasta llegar al alma
Amar es una composición, una armonía, una cuestión de tonalidades. El amor no es, más que el medio. Es una cuestión, de los colores. Amar es componer. Amar la música. El amor es, composición.
Amar es componer con los colores. Amar es escuchar, los tonos que cobra el silencio en la voz del amado. Amar es
escuchar, al amado, en su silencio. Escuchar su silencio. Volverse el color, del ser amado. Volverse músico para
el músico, filósofo para el filósofo, artista para el artista. Amar es: no
identificarse nunca. Nunca encontrarse, nunca sentirse en comodidad. Amar es ir
buscándose uno mismo. Y en el camino, encontrar un otro. Y volverlo amado.
Amarlo. Llenarlo de música y colores. Amar es aprender. Aprender a tocarlo. Tocarlo con el amor de la mirada. Amar es mirar con los ojos del mundo del amado.
Aprehender su mirada. Aprehender su mundo.
Y poder reorganizarlo todo, íntegramente, sin perder la imagen del mundo
propio. Del propio mundo. Amar es siempre impropio. Es perder toda noción de
propiedad. Es perder-se, a uno y al otro. Amar es siempre inoportuno e inexacto. Amar es imposible.
Volver luz su sombra, sonido su silencio, palabra su vacío. Amar es imposible.
Lo que se ve a través de mis ojos -lo imposible para mi amado- es en
realidad lo que él ama de mí. Ama su imposibilidad de recorrerme. Su
impropiedad, su disonancia, su incongruencia. Ama su imposibilidad de
recorrerme. De navegarme. Lo que se ve a través de mis ojos. Esa parte
impensada, inabarcable. Lo indefinido. Mi mirada. Ilimitada y no recorrible. Como poder mirar a través de
los ojos del otro. Usar sus lentes, lograr su foco, sentir su peso, respirar
su ritmo, encarnar sus miedos, recordar sus impulsos nerviosos, vivir sus
recuerdos, y mantener, sin embargo, el mundo propio. Amar es entonces fundirse.
Un acto de fundición, y perseverancia en la materia. Fundirse con su mirada en el
mundo. Fundirse en la mirada. Ser mirado y mirar. Ser mirada. Perdernos los dos
en la imagen. Perdernos los dos en la mirada. Perder la mirada. No tener la propia, no tener la ajena.
Perdernos en la imagen que cruza nuestras miradas, que envuelve nuestros
pensamientos y que va sin discurso, sin mediaciones, hasta llegar al alma.
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