Para todas mis amigas: máximas anti-auto-boicot





Como haber dos escrituras diferentes. En tanto su finalidad, es decir, su fin. Una, social, colectiva en tanto robo de todos lados; plural en cuanto “aconsejo” a otros. Hablo simplemente desde mi herida: digo: me duelo. Y a veces doy mis recetas. Esas que a mí me sanaron aunque fuere solo un poco, yo las paso, las difundo, las agoto, contenta como una abuela cuando ve a su nieto. Pero, no deja de tener algo de abuela. Es decir, de camisón, de lectura conciliadora. No sé si descomprometida, pero quizás, escritura de tarjeta de felicitaciones. La marca que Poldy Bird me dejó, en aquella primera pubertad. Cuando sentí amor por primera vez, leía a Poldy Bird. No conocía ningún otro escritor. Para llegar a Cortázar tuve que esperar hasta la secundaria. Entonces, es una escritura acomplejada. Que no dice nada del orden de la forma, sino más bien es pura papita pa’ el loro. Escritura Gourmet la llamo. Falsa. Puro rococó. Cero barroca. Quizás por eso crea que de manos de esa escritura es que puedo salir primariamente al mundo. Sin embargo hay algo en esta escritura que me inquieta. Y es que se de sus efectos. Me constan. Veo sus resultados prácticamente de aceptación masiva y festejo. Identificación femenina. De golpe, paf! Le hice bien a alguien. Sencillo y contundente “me hiciste reír de mí misma”, me comentan. Y así obtengo lo que quizás más quiero: una autoaceptación colectiva. Que cada uno quiera ser quien es, ame ser quien es, predique ser quien es. Por eso me parece irónico pensar que lo que mejor pueda decir tenga que ver con ser mujer, o con ser mayor, o con ser mejor. ¿Autoayuda? ¿Soy una escritura de autoayuda? ¡Por dios! ¿Soy una escritura de autoayuda? Creo que sí. En este momento podría darte al menos, veinte máximas anti-auto-boicot: “cuando pienses que no, deci no. No quiero. Decí, prefiero que no. Pedí, sabe pedir, aprendé a hacerlo. Permitite pedir. Aprende a decir: “cuidame”, y no especular “papá, mamá, cuidame”. Sentir, relajo, cuidado, sentirte a vos. Dejarte caer, dejarte sostener. Aunque creas que del otro lado no van a soportar el peso. No pienses “no va a soportar el peso”. Literalmente, quien este a tu lado, por el simple hecho de estar a tu lado, debe quiere puede sostenerte, entre tus brazos, o rodearte del éter de su alma. Pero puede, quiere, debe y sabe. No lo dudes. No subestimes tu delgadez, de mujer, no digas en realidad tus miedos más oscuros. Dejá caer tus no aceptaciones de vos misma. Que vuelen lejos. Soplalas cada mañana. Como una yegua cansada, dejate caer. Descubrirás algún día que aquél rostro de ti misma, aquél gesto, aquél que odiabas en tu pubertad, aquél que te desfigura y no dice nada lindo de vos, aquél por medio del cual tus familiares te identifican, aquél gesto-rasgo que para vos es sólo una deformación de tu posible perfección (que quizás, con mucho trabajo y dinero este verano puedas alcanzar); te decía, aquél gesto con el que salías en las fotos, aquellas que escondías, aquellas donde te detenías a observar y meditabas sobre tu sorprendente capacidad de ser, a la vez, monstruo y muñeca. Bueno, ese rostro que tanto ocultaste, negaste, oprimiste. Aquél va a ser el rostro que él elija entre todos tus rostros. Por el cual se enamore perdidamente, como un niño que encuentra un tesoro en tu mirada. Un rostro que cree que has compartido solo con él y por primera vez. Un rostro del cual rápidamente él se apropiará (como objeto de burla, devoción, disputa o culto) y será el motivo pleno de la comprensión de tu ser. Ese rostro tuyo será el canal, la puerta que en realidad hace tanto debías haber abierto, pero no; porque detrás había una nube de rojo y polvo, colmada de recuerdos, de los más dolorosos e irrisorios, pre-infantiles y adolescentes. Detrás estaba el diablo y vos. Detrás el miedo más infinito de cada mujer: no ser amada, no ser mujer, no ser madre, no ser mirada, no ser nada. Y no recordar nada y sin embargo, en un instante,  percibir el dolor de todas esas experiencias a la vez, concentradas…provocadas por algo que en realidad, nada tiene que ver con ellas.  Miedos ocultos bajo las faldas, el maquillaje, los cabellos y los caballos que ya no anhelás con príncipes encima cabalgando. Mejor decir no, no quiero. No los quiero más. Mejor contarle a él, cuando descubra tu verdadero rostro, tus verdaderos miedos. Tus verdaderos sueños más adelante él sólo los irá adivinando, deduciendo, escuchando de vos misma. No te apresures. Amiga, no te apresures. Pero tampoco retrases lo que naturalmente se viene a dar sin esperar. Nada, al contrario, siempre hay que dar. Dar infinita e ilimitadamente es casi siempre la mejor de las soluciones: si dar no significa nunca alejarse. Si dar es un mecanismo de defensa. Entonces, dar es también una muralla sin revoque, sin contraparte. Es puro afuera, separado, del adentro. Dar no es traficar información de una misma hacia el inconciente. Dar es también saber recibir. Es decir, “mi amor, cuidame”. “Mi amor te amo”. “Mi amor, ella, me da miedo.” “No me gusta” simplemente. “¿Te parece?” O mejor, “¿qué te parece?” Dar es dejar de lado los mandatos y condicionamientos de género, los históricos, sociales y políticos. Es hablar nuevamente en nombre de la debilidad femenina. En nombre de la fortaleza de la debilidad femenina. Una militancia verdadera en pos de la recuperación de la fragilidad de pensamientos, por la delgadez del ánimo y por la sutileza del cuerpo. Porque, ¿cuántas veces quisieras decirle al mundo que debiera tratarte un poco más dulcemente? Que si así fuera, vos también, serías más dócil, y más vos, y más verdadera-mente un cuerpo. Porque sabemos que duele. Que el ritmo y la velocidad con la que todo fluye, por fuera y dentro tuyo, a veces nos duele. La carne, la carne por la que estamos interiormente recubiertas es quizás, lo más frágil que exista en el mundo. Y que en este momento, que haya tal grado de distancia y alienación con respecto a nuestra propia carne interior; se debe a que estamos en una real época de guerra. Guerra sin ataque. Guerra simplemente con escudos de defensa. La guerra de las murallas, de los muros, de las paredes, la guerra que juega a las escondidas, la guerra histérica, la guerra que se auto-afecta al escapar. La guerra de los no-sentimientos, o peor, de los clishé-sentimientos. El ataque es proporcional a la fuerza con la que me distancio de mis reclamos más sinceros, de mis solicitudes de amor más verdadero. Esta guerra no tiene nada que ver con el cuidado que me merece una fuente. Generadora de vida, engendradora de amor, donadora universal de atención infinita. Fuente de agua y vida. Cualquier mujer es en el fondo, mucho más débil de lo que aparenta. Y con esto quiero decir, infinitamente más potente” 

Comentarios

  1. Hermoso! Con vos uno no siente la necesidad de defenderse y eso lo hace verdaderamente libre estimada Florencia. MARCOS (EL CAPITAN)

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