Revelar T

Marina Mangieri http://www.flickr.com/photos/mesuenolosdedos

 

Asumo lo que puede llamarse una responsabilidad ante los cuidados que consagro al escribir. Sospecha de que esta vida que me está creciendo, llevará a perderme por completo. Tomaré –ya lo decidí- lo más parecido que encuentre a un camino y andaré en busca. La sospecha viene en realidad de una seguridad absoluta: voy a malgastarme. Recorrer ese camino implicará, más tarde, haber perdido la asunción de toda responsabilidad ante los cuidados de la escritura. Lo perderé todo. Y mientras te escribo, las sospechas cobran más vida que yo. Me vuelvo una sospecha de mí: de saber que hay algo que no me deja tranquila. Que me sigue, que me persigo con la desconfianza de un sabueso. ¿ Es un beneficio mi gran habilidad para la caza? ¿Puedo acaso solo encontrar rastros de mí?  Escribo con escrúpulos y a su vez, soy sospechada como escritura. Eso que se dice: “escribo” es entonces relativo.

Como un exceso de animalidad me fue otorgado un desarrollado sentido del olfato al nacer. Fui o voy en mi vida, olfateando el pavimento para andar lo que luego habrá sido llamar algún día por mí: “el pasado”. Hoy, ahora, mientras te escribo, me husmeo como sabueso buscando con desesperación de muerta viva mi propio hueso. Mientras te escribo no me encuentro el hueso más duro, aquél que me sostiene como la que te escribe ahora. Si soy algo, es un amague de ser. Si contemplo lo que suelo llamar “mi vida en el tiempo”, encuentro una suerte de señales de que allí estuve: a lo que antes nombraba mis rastros. Lo muy propio –lo más propio- [las evidencias de la gran sospecha] han sido mis amagues. Una especie de movimiento brusco e inesperado que alterna íntegramente el rumbo de lo que antes llamaba camino –de lo que luego llamaré “el pasado”- es lo que puedo decirte de mis amagues. ¿Me he consagrado ya como profesional? ¿He profesado el amague como mi modo de ser? Amagando, así ando ¡y con plena dedicación! Escribirte es también un amagarte a que me tomes de frente, un esquivarte la mirada. Y nada me sale mejor que, en el precioso momento donde tengo que firmar contrato para sentenciarme a ser yo, amagar con pasos de bailarina de danza contemporánea que contrae su cuerpo y lo pierde todo. Caer fatalmente hacia el centro de la tierra y encontrar allí un nuevo mundo que habitar.  Encontrar cada vez un mundo más amplio como un mundo entero. Y fui otra plenamente tantas veces, que a algunas ya no las recuerdo. Quizás por eso, me tapa la cara una marquesina que dice “no va a durar” -no se va a endurecer- porque cuando se aproxime el juez reclamando sentencia -o solo cuando se aproxime- verás en tus propias narices un amague de mí.

Insinuarme es algo que simplemente me sale bien. Con solo decir “insinuarme”, me insunúo. Algo de los sonidos de la insunuación habla ya de un movimiento de gusano para arriba y para abajo, de un contraer y dilatar el cuerpo blando de baba amarilla que esconde [que sospecha vuelo]. Pensar que estoy aquí, capturable, adiestrable –que soy toda otro- me parece extraordinario. Me excita saber que hoy insinúo un movimiento de gusano que mañana mi sabueso devorará como carne cruda. Acceder a mi seno [mostrarte el corazón] cuando pierdo el temor al rechazo es mi insinuación directa. Y cuando me acerco y te hablo, se torna el tiempo en encuentro, en aquel momento preciado que suelen llamar “instante”: mi instante es de muerte babosa. Mi instante es trascripto en escape de aire. 

¿Cómo podría sino vivir intentando escapar, para poder por lo menos sospechar que estoy intentado vivir? Y hay algo que todavía no te dije. Si estoy acá, y no en otro lado, es porque creo intuir una revelación.

No hace mucho, aunaron en mí diversos pensamientos que fueron conectándose a expensas de que yo quería que no se mezclaran. Sabía que no debía mirar ciertas cosas, hablar con ciertas personas, decir mis intuiciones a cualquiera.
El miedo que tengo de confesarte es inmenso. Que lo sepas, no puede si quiera ser una justificación de lo que vaya a contarte. No me justificarás. Me agarrarás de los pelos, me desplumarás y serás vos quien esta vez me cabalgue. Yo seguiré corriendo como una yegua con perseverancia y vos -domándome- no sabrás si azotarme o tomarme en tus brazos y susurrarme al oído que me calme. Quedarás perplejo como yo lo hice ante aquél instante de revelación y temerás por tu vida como yo lo hice por la tuya. Ante todo, sospecharás de mí. Y estarás en lo cierto al hacerlo. Seré insinuada de sospechosa, pero una vez que haya hablado, ya no habrá juez. Sólo quedaremos los tres: el crimen, tú y yo. Y la posibilidades de vida o muerte serán infinitas. 

Mi modo de contarte la revelación no será la revelación misma. Seré informal e imprecisa y trataré no más que hablarte sobre una falta de afecto. Improvisaré el modo y la historia. 

Enamorar C

Marina Mangieri http://www.flickr.com/photos/mesuenolosdedos

 


Enamorarse del monstruo para nada. Festejar las bodas entre los hombres para que viva la vida de risas eufóricas que llamen la atención de los dioses por ultrajadores cegadores de los hombres, por muertos inexistentes, por envidiosos hombres malos –malignos y malvados- dueños de débiles vidas construídas sobre riquezas de materia asesina de la masa de colores pegajosos por la que están formados los niños y los sueños. Cáncer terminal que hoy me provoca tener que contarte lo que vi antes de irme a morir. Debo hacerlo. Enamorarme del monstruo para asegurarme que dios no existe más, que nunca existió -o que todavía sigue existiendo- para encontrar aquello que ya no dice el nombre “dios”, que hoy solo encuentro en “afecto”. En afecto me rejunta así de una con el cuerpo sin previas ceremonias. Cuando digo afecto, digo: “seguí escuchándome porque voy a contarte una historia que vií con mis propios ojos”. Enamorarse del monstruo de mi lobo que llevás adentro y yo amo. Yo amo y sin embargo, para seguir escribiendote, necesito que sepas que tengo en mí todo el poder de dar muerte a otros. De matarte a vos también y vos a mí y nosotros a todos nosotros. Poder ir a matar la vida de cualquiera fue desde siempre el poder del hombre contemporáneo. En este preciso momento, solo en tu cuerpo –y en tu mente- se encuentran intactas todas las potencialidades necesarias para que logres dar muerte a cualquier ser humano en un muy breve período de tiempo. Eso no es un superpoder. Eso es una supermierda de poder. Y contra eso luchamos. Batalla colectiva: creo que puede que algún día se [auto]convoque una movilización afectiva: en el campo de artificio donde no hay profundidad ni altura. Acá nomás, a la vuelta. Donde se lucha, se hace el amor como se hace la lucha. Y lo poquito que quiero decirte es que el amor no puede trascender (más). A menos que el amor se haga virus [grito radical de alegría - relincho de yegua perseverante: deseo de “fuerza espasmódica” de una mujer: que el amor se haga virus. Me afloraron en la piel los síntomas del destino: se me contrae el útero y puedo desangrarme y enfermar de amor. A mi solo me pasan aquellos acontecimientos  que me obligan a amagarme.  Dejar de ser [uno solo] es escapar a la pulsión de dar muerte a lo que sea. “No matarás” es una de las piezas de baile que habrá en la fiesta, una vez que me haya enamorado del monstruo.

Como verás ¿cómo me escuchas? estoy completamente tomada y derretida en el vacío de todos los agujeros que hay en las cicatrices de las brechas inhumanas con moho y verdín royal que mi monstruo tiene en su pelaje. Estoy perdida en su cuerpo como en aquél sueño que tuve una vez cuando soñé que dormía a los pies del pórtico de la muerte y  pude quedarme dormida y soñar que a una señora vieja y pordiosera, que estaba acostada a mi lado, le robaban sus dos niños pequeños de los brazos mientras dormía, y un ejército de espectros negros azotaban a un joven alto y robusto repleto de vida, le arrancaban los brazos y las piernas y una princesa de 50 años con los cabellos más largos del mundo arriesgaba su vida por él, se negaba a arrancarle el corazón con las manos – a eso que era su hijo: un cuerpo cuadrado-  y caía en un río de lava arropando al joven en sus brazos, cubriéndolo con su cabello. Y yo miraba toda esa escena como si fuese el único testigo vivo del sufrimiento humano y dudaba de si, quizás, eso que veía, no era solo aquello que yo estaba soñando.
Siempre me he preguntado si es que en realidad no habré muerto en mi propio sueño y  habré habitado entonces el espacio donde viviré una vez que haya muerto. (¡No! No viviré una vez que haya muerto) Y dudaba si en realidad, entonces, ese sueño no fue más que una revelación sobre cómo será mi vida después de la muerte, y si en definitiva, viviré el castigo de habitar el infierno para no poder nunca contaminarlo de amor. Y entendí que eso es el infierno para mí. Y tuve una revelación profunda: creo que es así como comprendo el mundo en el que vivo ahora.  Y entonces no puedo distinguir si en mi sueño, una vez que me quedé dormida en el pórtico de la muerte, yo estaba viva o muerta.

Marina Mangieri http://www.flickr.com/photos/mesuenolosdedos




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